Todos los días, a eso de las siete de la tarde en el año 1969, se regaba el patio de una casa ubicada en la intersección de las calles Concepción con Lord Cochrane, en el centro de Santiago. El patio era grande, con gallinas, un parrón que daba sombra a un comedor y un amplio lugar donde se lavaba y se colgaba la ropa mojada.
El olor a tierra mojada transporta a Soledad Recabarren a ese momento y lugar, cuando tenía seis años y vivía en la casa de su madrina. “Recuerdo que el olor a tierra mojada era tan rico que me daban ganas de comerla. Y de hecho lo hacía”, rememora con una gran risotada, entrecerrando los ojos.
Cada vez que pasa por un parque y siente que están regando, sus recuerdos vuelan hacia esa antigua casa donde creció, y a aquella libertad y picardía de la infancia. Hoy, a ese céntrico barrio poco le queda de residencial pues con el pasar del tiempo se fue transformando en un foco del comercio y en el hogar de cientos de familias que viven en grandes torres de departamentos.
Tras cinco décadas, la vida de Recabarren también ha cambiado: después de trabajar durante 26 años en EY, donde se convirtió en la primera socia mujer, tiene su propio estudio de abogados y se siente plena.
“No hay profesionales buenos o malos. Hay profesionales que se adaptan o no a un sistema de trabajo, así que cuando el ambiente es bueno, la gente se potencia muchísimo más”, afirma.
Dice que “necesitaba un ambiente cálido, donde la gente entrara a la oficina y te saludara con un abrazo en las mañanas”, explicando que ella sintió que eso, de alguna manera, se fue perdiendo con el crecimiento de la consultora. Y para esta abogada de la Universidad de Chile, un buen ambiente laboral lo es todo.
“Hace un par de meses vivo con mi mamá, mi hermana y su familia porque queremos aprovechar al máximo el tiempo que tenemos con mi madre”
“No hay profesionales buenos o malos. Hay profesionales que se adaptan o no a un sistema de trabajo, así que cuando el ambiente es bueno, la gente se potencia muchísimo más”, afirma.
Lograr poner en pie a Recabarren&Asociados no fue una tarea fácil, pero gracias al apoyo que tuvo en el proceso, salió adelante. “Mi familia fue mi gran contención. Mi hermano constructor, por un lado, hizo que esta oficina luciera así y mi hermana, por otro, me ayudó con la administración”, confiesa.
En su oficina rodeada de ventanales que dejan al descubierto su colección de figuras de hadas y algunas fotos familiares, da esta entrevista mientras suena de fondo una canción de Manuel García. En este ambiente grato y relajado, cuenta que luego de vivir más de 30 años sola, tomó la decisión de volver a vivir con su familia.
“Hace un par de meses vivo con mi mamá, mi hermana, mi cuñado y sus dos hijos. Somos un familión que decidió estar junto y por ahora, estamos viendo cómo funciona. Mi mamá está viejita y queremos aprovechar al máximo el tiempo que tenemos con ella. Levantarse y tomar desayuno juntos, compartir, es muy entretenido”, dice.
El proceso de ser dueña de su propio espacio, viviendo sola, a tener que compartirlo, se lo ha tomado bien. Con los años, reflexiona, las prioridades cambian y, “en la medida que uno va entendiendo cuáles son y las va cumpliendo, la vida va cambiando. Hoy sólo busco amistad, compañía, buena onda y cuando te reencuentras con gente que anda en la misma postura de vida que tú, es todo más fácil”, asegura.
Estando ahora en Recabarren & Asociados, dice que le queda más tiempo personal “en el sentido de que puedo hacer las cosas que me gustan, no las que hay que hacer por obligación”. Así, por ejemplo, además de las reuniones con sus clientes, se da un espacio para organizar el magíster de Derecho Tributario de la Universidad Católica.
“Hacer clases o ayudar a pequeñas y medianas empresas son proyectos que me gustan y que quizás no tendría el tiempo de abordar si no tuviera el equipo que tengo”
Algo que no podría hacer, reconoce, si no tuviera el grupo de profesionales que se encarga de que el estudio funcione. “Hacer clases o ayudar a pequeñas y medianas empresas son proyectos que me gustan y que quizás no tendría el tiempo de abordar si no tuviera el equipo que tengo”, aclara.
Durante sus 26 años en EY, se le abrieron diferentes oportunidades, como la posibilidad de pasar un semestre en Washington D.C. para aprender inglés. “Fue un viaje que me cambió la forma de ver el mundo, pues te das cuenta que es mucho más grande de lo que uno cree”, dice.
En ese lugar compartió con muchas personas de diferentes nacionalidades. Una experiencia memorable “porque estaba sola y fueron unos cinco meses donde conocí la cuidad arriba del metro y la micro. En ese ambiente, uno se da cuenta que no está solo en el mundo: o eres sociable o te mueres de pena”.
“Cuando uno va entendiendo cuáles son las prioridades y las va cumpliendo, la vida va cambiando. Hoy sólo busco amistad, compañía, buena onda”
Al terminar la entrevista, se pone de pie y camina hacia el escritorio de su secretaria Andrea. Y mientras le toman las fotos que acompañan esta entrevista, hablan sobre “picadas” para salir a comer. Recabarren comienza a recordar un sinfín de lugares típicos de Santiago, como El Hoyo, famoso por su “chicha, chancho y pipeño y a donde llevaba a mis alumnos de la Usach cada fin de semestre a comer pichanga y tomar terremotos. Ahora en la Católica no lo he vuelto a hacer, pero quizás lo instaure nuevamente”.
En esa búsqueda de lugares típicos, piensa en todas las reuniones que tuvo en el bar La Unión Chica. “Cuando caía la primera lluvia del año, iba con mis compañeros de trabajo a comer pernil”, recuerda. “Las tradiciones son importantes”, reflexiona.