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Pelayo Covarrubias / Presidente de Fundación País Digital
El ritmo de las grandes ciudades es algo que le gusta y en donde Pelayo Covarrubias, presidente de Fundación País Digital, se siente cómodo. “Soy digital por esencia y me gusta ese estilo de vida”, dice. Por eso, siempre está conectado, atendiendo llamadas, dando entrevistas, asistiendo a reuniones y yendo a eventos de la Fundación […]

El ritmo de las grandes ciudades es algo que le gusta y en donde Pelayo Covarrubias, presidente de Fundación País Digital, se siente cómodo. “Soy digital por esencia y me gusta ese estilo de vida”, dice.

Por eso, siempre está conectado, atendiendo llamadas, dando entrevistas, asistiendo a reuniones y yendo a eventos de la Fundación o de la Universidad del Desarrollo, donde es director de Relaciones Institucionales. Incluso, ese ritmo lo lleva a sus viajes en familia, como en un viaje que hicieron a New York.

“Tuvimos la suerte de ver cómo funciona una de las ciudades más importantes y multiculturales del mundo. Movernos en metro, micro y comer en restaurantes fue algo que realmente disfrutamos”, cuenta.

En medio de tantas actividades, Covarrubias necesita ser organizado y así lo ha hecho, llevando una clara estructura de su día para poder aprovechar cada momento. “Pienso que tendré una mejor calidad de vida en la medida que sea capaz de ordenar mis tiempos y también ajustarme al de las otras personas”, reflexiona, añadiendo que por tal razón ha debido poner ciertos límites en su esfera laboral para poder estar con su familia. “El tiempo que paso con ellos es inamovible”, afirma.

“Cuando llego a casa me desconecto totalmente (…) Siempre intento llegar a la hora de la cena, para conversar con mis cuatro hijos y mi señora”

Su día laboral comienza a las 8:00 y se acaba a las 20:00, por lo que “cuando llego a casa me desconecto totalmente, a menos de que se trate de una emergencia. Siempre intento llegar a la hora de la cena, para conversar con mis cuatro hijos y mi señora. Luego de eso acuesto a los niños y descanso con un libro en la mano”, comenta.

La lectura es, de hecho, una actividad que disfruta mucho, particularmente aquellos textos del género de novela histórica, como los del escritor británico Kenneth Follet (“Los pilares de la tierra”, “Un mundo sin fin”).

“Me gusta leer sobre las civilizaciones, instituciones y sobre cómo se ha gobernado mirando hacia atrás. Ahora comenzaré a leer El Corazón del Mundo, de otro escritor británico llamado Peter Frankopan”, comenta. 

“Voy bastante al estadio y llevo a mis hijos cuando tengo la oportunidad. Antes jugaba mucho fútbol, pero ahora sólo de vez en cuando con los amigos”

La pasión que tiene por la lectura, la tiene también por los deportes, y dice ser fanático de la Universidad Católica. “Voy bastante al estadio y llevo a mis hijos cuando tengo la oportunidad. Antes jugaba mucho fútbol, pero ahora sólo de vez en cuando con los amigos”, dice, agregando que el gusto por los deportes es una “herencia familiar”: su padre, que hoy tiene 80 años, lo sacaba a andar en bicicleta e, incluso, una vez recorrieron más de 100 kilómetros para llegar a Viña del Mar.

“Él sigue haciendo deporte y eso para mí es un gran ejemplo. Todos los fin de semana nos damos un tiempo para subir el cerro San Cristóbal caminando”, cuenta. Porque además, desconectarse de una semana y de una rutina llena de estímulos, lo siente necesario. “Mis semanas son muy intensas. Por eso subo el cerro con mi papá, a veces vamos en familia y llevamos a nuestro perro, Simba”, agrega.

“Tengo muy buenos recuerdos de mi infancia en Morrillos (…) Es realmente impagable rememorar la simpleza de una carpa, un camping, el tiempo en familia”

Dentro de los paisajes relajantes que recuerda, se le viene a la mente sus vacaciones en Morrillos, junto a sus padres y seis hermanos. “Tengo muy buenos recuerdos de mi infancia en ese lugar,  jamás se me olvidará el tiempo que pasábamos juntos, cuando mi papá nos enseñó a pelar machas… Como premio nos daba calugas de leche”, cuenta riendo.

Para Covarrubias, esos episodios son muy significativos, principalmente porque le hace recordar que se puede disfrutar con cosas simples a lo largo de la vida. “A veces uno olvida esas cosas, porque la vida te va llevando a situaciones más complejas. Es realmente impagable rememorar la simpleza de una carpa, un camping, el tiempo en familia y lo deliciosas que eran las calugas que nos daba mi papá”, reflexiona.

“Cuando mi hermano falleció, entendí que la vida es prestada (…) que hay que jugársela al máximo por hacer las cosas bien y apoyar a los demás”

Y en medio de esos recuerdos de la infancia, su mente viaja hacia un duro episodio que lo hizo entender lo fugaz de la vida y lo importante que es disfrutar cada minuto. “El fallecimiento de mi hermano fue un período que me marcó profundamente. Él tuvo un accidente que lo dejó en silla de ruedas, todo el tiempo de recuperación estuvimos juntos… iba al hospital y veíamos fútbol. Cuando falleció, entendí que la vida es prestada, estés en la situación que estés. Me di cuenta que uno tiene que jugársela al máximo por hacer las cosas bien y apoyar a los demás”.