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Mario Castro / Director del Museo Nacional de Historia Natural
Cuando a Mario Castro lo contrataron en la ex Dirección de Bibliotecas de Archivos y Museos, hoy Servicio Nacional de Patrimonio Cultural, no tenía en mente que más de 30 años después dirigiría un museo. Era 1981, entró a trabajar ad honorem y, aunque le gustaba la idea de hacer una carrera en el área […]

Cuando a Mario Castro lo contrataron en la ex Dirección de Bibliotecas de Archivos y Museos, hoy Servicio Nacional de Patrimonio Cultural, no tenía en mente que más de 30 años después dirigiría un museo. Era 1981, entró a trabajar ad honorem y, aunque le gustaba la idea de hacer una carrera en el área de la museografía científica, no proyectaba adónde lo llevaría el paso del tiempo, ni en el plano profesional ni en el laboral.

Es una filosofía que lo ha acompañado desde siempre, aunque en ese momento no era tan consciente de que prefería vivir plenamente el presente, sin pensar demasiado en los años por venir, cuenta este arqueólogo y doctor en Antropología Biológica que el 5 de octubre asumió como nuevo director del Museo Nacional de Historia Natural.

“Cuando digo que el tiempo en familia es lo más importante para mí, lo digo de verdad”.

Con grandes desafíos por delante -los más críticos están relacionados con la infraestructura del edificio de Quinta Normal, pero también con la conservación de patrimonio y el trabajo en torno a las colecciones-, Castro partió en su nuevo rol tratando de ordenar su agenda y adaptar su rutina de trabajo, que era más bien pausada y ya dominaba con facilidad en su puesto anterior como encargado de proyectos de inversión en la Subdirección Nacional de Museos.

Así que por ahora no tiene tiempo libre, o al menos no demasiado como para dedicarle a otras cosas que también le apasionan. “Creo que estaré en un ritmo bien intenso al menos hasta diciembre, después lo que viene es organización”, sostiene.

¿Para qué le gustaría tener más tiempo? Castro no duda al responder: “Para escribir. Ojalá pueda dedicarle una tarde entera a eso el próximo año”, dice el también investigador, que ha publicado artículos en revistas científicas indexadas y que ya le da vueltas a la idea de un libro sobre paleopatología en Sudamérica, para contar la historia de las enfermedades en este lado del mundo antes del proceso colonizador europeo. “En ese tema hay cosas sumamente interesantes y muchos antecedentes de gran valor que pueden servir incluso para conocer y entender a fondo los problemas de salud que tenemos actualmente. Pero lo que me falta es tiempo para ordenarlo todo”, confiesa.

“No vivo para buscar grandes éxitos, sino para buscar felicidad. Y esa felicidad está en mi familia, en mi trabajo, en mis hobbies”.

En el plano personal quisiera tener más tiempo para dos cosas. Una de ellas tiene que ver con la filatelia, que es la afición a coleccionar y clasificar sellos, sobres y otros documentos postales. Es un hobby que heredó de sus abuelos y, gracias a eso, hoy tiene una enorme colección de estampillas que le gustaría ordenar.

La otra es poder pasar más tiempo con sus tres hijos, especialmente con su hija menor, que vive y estudia en Canadá. También viajar en familia y, quizás, repetir experiencias como un viaje que hizo con ellos y con su señora a Florida para recorrer toda la península y llegar a San Agustín, la ciudad más antigua de Estados Unidos, conocida por su arquitectura colonial española. O un tour por el circuito clásico de Europa, donde todo fue “espléndido”, menos la visita a los Museos Vaticanos, en Roma.

“Por mi trabajo, la verdad es que he tenido privilegios que no tiene nadie, como conocer los depósitos de los Museos Vaticanos en calidad de invitado. Pero esa vez fuimos como público y fue una experiencia traumática. Había demasiada gente, hacía mucho calor y en medio de un rebaño llegamos a la Capilla Sixtina a mirar el techo unos segundos y salir. Fue frustrante”, recuerda.

“Mi hija se salvó, pero casi la perdemos. Estuvo en coma inducido durante muchos días. En una situación así es cuando realmente se aprende a valorar el tiempo, y por eso yo no proyecto mi vida en días o años, sino en minutos y horas”

Aun así, lo valora y atesora en sus recuerdos más importantes porque para él, compartir tiempo en familia “lo es todo” y no le importa si eso implica pasar varias horas en una fila para entrar a un museo en Europa.

“Cuando digo que el tiempo en familia es lo más importante para mí, lo digo de verdad”, subraya Castro. En el año 2000, su hija tuvo un accidente muy grave y en ese momento, él despertó ante el concepto del tiempo, de cómo pasa, del valor que hay que darle, y reafirmó esa filosofía que traía de antes, de preocuparse más del presente que del futuro.

“Mi hija se salvó, pero casi la perdemos. Estuvo en coma inducido durante muchos días. En una situación así es cuando realmente se aprende a valorar el tiempo, y por eso yo no proyecto mi vida en días o años, sino en minutos y horas”, dice. Y añade: “Me gusta valorar el tiempo en presente y no vivo para buscar grandes éxitos, sino para buscar felicidad. Y esa felicidad está en mi familia, en mi trabajo, en mis hobbies y en todo lo que hago para aprovecharlo y disfrutarlo, y también para tratar de dejar algo, un legado, para cuando ya no esté”.