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María Teresa Ruiz / Astrónoma y Premio Nacional de Ciencias Exactas
La primera semana de julio, la astrónoma María Teresa Ruiz vivió unos días bastante intensos con el eclipse solar, fenómeno que observó desde el aire, invitada al avión de Natgeo que sobrevoló los cielos de la IV Región. Tres días después, en mitad de esta entrevista, reflexiona respecto al tiempo, aquel que vive día a […]

La primera semana de julio, la astrónoma María Teresa Ruiz vivió unos días bastante intensos con el eclipse solar, fenómeno que observó desde el aire, invitada al avión de Natgeo que sobrevoló los cielos de la IV Región. Tres días después, en mitad de esta entrevista, reflexiona respecto al tiempo, aquel que vive día a día, y que ha dedicado al universo, a sus nietos, a su familia y a sus hobbies.

“Distintas observaciones nos indican que nuestro universo tiene trece mil setecientos millones de años de edad”, dice en su libro “Hijos de las estrellas”. Y reflexiona que “en el tiempo, ocupamos un espacio pequeñito en el universo… pero en el día, este concepto se complejiza y nos parece al menos ‘raro’: a veces los días se hacen eternos pero otros, se pasan volando”.

Ruiz acumula muchas “primeras veces” en su vida. Fue de las primeras mujeres en egresar de astronomía en Chile, la primera mujer aceptada en el programa de Doctorado en Astronomía en Princeton (EEUU), se ha dedicado a estudiar cuerpos celestes llamados enanas blancas, siendo la primera en divisar una enana café –una estrella que no produce luz–, y fue la primera mujer en Chile que recibió el Premio Nacional de Ciencias Exactas en 1997.

“En el bordado he encontrado un tiempo y espacio de entretención y expresión. Me relaja”

Por su trayectoria, uno esperaría una suerte de “observatorio independiente” montado en su patio, pero al entrar en su casa, donde nos citó para esta entrevista, llama la atención lo “terrenal” que es: en su living, tiene una mesa de centro con varios fósiles y sobre ella, una canasta llena de caracolas de mar, de esas en las que se puede “escuchar” el mar.

Pero lo que más llama la atención son unos cuadros grandes, de cerca de un metro de alto. Hay tres en la entrada, unas imágenes de Picasso, bordadas a medio punto que hizo su hermana. Y en living hay seis más, bordados por ella. Uno de ellos retrata a una mujer, con bordes marcados, pelo negro, ojos grandes y un rostro que se dibuja puntada a puntada, recordando el estilo de Guayasamín. En otro, bordado con puntada libre porque “me carga el punto cruz, es demasiado estructurado”, retrató a sus padres y hermanos en el interior de una casa: su madre sentada en una poltrona, con un cigarro en la mano y ese peinado alto y redondeado de los sesenta; su padre de lado en otro sofá junto a su hermana, y detrás, de pie, su otro hermano y hermana. Es una imagen grande, de unos setenta por cincuenta centímetros, una mezcla entre quilt, bordado y collage.

“Me fascina pasar tiempo con mis nietos y ver cómo van creciendo, aprendiendo y desarrollándose”

Con una sonrisa pícara, recuerda cómo en el colegio la hicieron bordar un mantel y ella sólo hizo una esquina, lo dobló cuidadosamente, dejando la parte bonita encima y lo demás oculto entre dobleces. Lo entregó envuelto en celofán y una enorme cinta encima. Dedicada totalmente a su carrera, “en el bordado he encontrado un tiempo y espacio de entretención y expresión. Me relaja”, explica.

“Mi padre era artista. Creo que nosotros dominábamos el dibujo antes de saber escribir”, añade, recordando que con sus hermanos pintaban y probaban diferentes expresiones artísticas. Por eso, cuando tuvo que elegir qué estudiar, no sabía si quería seguir arte o algo relacionado con las matemáticas. “Para ambos se necesita mucha creatividad y una mente abierta para descubrir”, dice la astrónoma.

Fue su padre quien le ayudó a tomar finalmente esa decisión, recomendándole estudiar algo que le permitiera un buen pasar económico y “que el arte lo dejara para mí, sin dar explicaciones a nadie”. Así, entonces, primero estudió ingeniería y luego, cuando se abrió la carrera en la Universidad de Chile, se cambió a Astronomía.

Por su profesión, Ruiz debió trasladarse primero a Estados Unidos y luego a Italia, pero uno de los lugares que recuerda con especial cariño es México, “un país que considero como mi segunda patria”. Estando ahí, con su hijo y su marido hicieron un viaje por carretera que le dejó varios recuerdos. “Fue un viaje muy bonito. Ver a mi hijo jugando con tucanes, o una playa desierta donde nos metimos al mar y pude ver pasar frente a mí a una mantarraya enorme en medio de una ola”, cuenta.

“Me da gusto saber que, por mi trabajo, hay niños y niñas que quieren estudiar astronomía”

Otro viaje entrañable fue un recorrido por Europa, que hizo también con su marido y su hijo ya mayor, con 27 años. Cuando Camilo, su hijo, era pequeño, “nos invitaban a seminarios en Europa y con mi marido hacíamos calzar el horario de las ponencias, y nos turnábamos cuidándolo. Camilo tiene fotos en París, Venecia, Londres, pero él se quejaba que no se acordaba de nada”. Así que los tres volvieron al Viejo Continente para pasar un tiempo juntos recorriendo varios países.

Un viaje que Ruiz quiere repetir con sus tres nietos, que constituyen una de sus mayores alegrías, aunque por ahora prefiere esperar a que crezcan un poco más. Con ellos pasa parte importante de su tiempo libre, pues verlos crecer la maravilla, por lo que intenta perder la menor cantidad posible de vivencias con ellos. “Juego mucho con ellos, nos subimos a las sillas y decimos que estamos en un barco pirata, por ejemplo. Me fascina pasar tiempo con ellos y ver cómo van creciendo, aprendiendo y desarrollándose como personas”, confiesa.

Algo que hoy, que ya dejó las clases en la Universidad de Chile, puede hacer en los momentos libres que le deja la dirección del Centro de Astrofísica y Tecnologías Afines (CATA), o los directorios de los que forma parte –como el del MIM y el de Aurea–, o la difusión del quehacer científico.

Con dos libros publicados, en los que habla sobre su trabajo y trayectoria, cree que en Chile se maneja bastante conocimiento astronómico y que hay buen potencial para desarrollar más esta veta. “Hay niñas que me mandan cartas donde, entre medio de corazones y colores, me dicen que quieren ser astrónomas. Me da gusto saber que he sido parte de ese esfuerzo y que, por mi trabajo, hay niños y niñas que quieren estudiar astronomía”, sostiene.