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José Tomás Vicuña SJ / Director nacional del Servicio Jesuita a Migrantes
Aparece en todos los medios de comunicación hablando de uno de los temas que se ha tomado la agenda en los últimos años: la situación de vulnerabilidad de las personas migrantes. Y en tiempos de pandemia, su trabajo ha estado lleno de nuevos desafíos, con extranjeros durmiendo afuera de sus consulados por no tener respuesta […]

Aparece en todos los medios de comunicación hablando de uno de los temas que se ha tomado la agenda en los últimos años: la situación de vulnerabilidad de las personas migrantes. Y en tiempos de pandemia, su trabajo ha estado lleno de nuevos desafíos, con extranjeros durmiendo afuera de sus consulados por no tener respuesta de sus gobiernos para regresar a sus países, o con focos de infecciones por Covid-19 producto de las precarias condiciones en las que viven, por nombrar algunas complejas situaciones que se han producido en los últimos meses.

El sacerdote José Tomás Vicuña lidera desde 2018 el Servicio Jesuita a Migrantes (SJM) en Chile, entidad que se dedica a promover y proteger los derechos de las personas migrantes y refugiadas en el país. En los últimos días, incluso, ha salido a explicar cómo retirar el 10% de los fondos de las AFP para los más de 1,5 millones de migrantes afiliados al sistema. Así de ocupado está.

“Esta crisis sanitaria nos movió la agenda, y cuando nos mueven la agenda nos mueven el tiempo porque viene la contingencia y tenemos que dedicar tiempo a cosas que no teníamos previstas”, explica. “Yo cada vez me convenzo más, por mi cargo, pero sobre todo trabajando con las poblaciones más vulneradas y excluidas, que uno no depende de su tiempo, sino que del tiempo de los demás”.

“Cada vez me convenzo más, por mi cargo pero sobre todo trabajando con las poblaciones más vulneradas y excluidas, que uno no depende de su tiempo, sino que del tiempo de los demás”

Pero su vida no siempre ha sido así. Se tituló como ingeniero comercial en la Universidad Católica y a poco andar, mientras trabajaba en Techo, se dio cuenta de que algo le faltaba. Por esos días, conversó con un sacerdote jesuita y participó en un retiro con la Espiritualidad Ignaciana, que hasta entonces no conocía, “y dije ‘bueno, esto es”, cuenta.

“Es como vivir mirando la realidad más profundamente. Me sentí enviado a tratar de vivir en un mundo distinto, con distintos valores. Obviamente el mundo tiene muchas cosas buenas y hay que valorarlas, ha habido grandes avances, pero también hay cosas que en el siglo XXI no pueden seguir así”, relata.

Pasaron sólo seis meses y ya tenía la decisión tomada: se convertiría en sacerdote. Hizo el noviciado en Melipilla, estudió Filosofía en la Universidad Alberto Hurtado y en Lima, vivió por tres años en Arica trabajando en el SJM con varios religiosos en una parroquia y luego estudió Teología en la Universidad Católica. Pasaron 11 años hasta que se ordenó, pero asegura que “cuando uno lo pasa bien, el tiempo se pasa más rápido. Esos 11 años se me pasaron volando”.

“(estos han sido) tiempos movidos (…) Pero también han sido tiempos de esperanza, porque he visto muchas historias de humanidad de personas chilenas y migrantes”

Luego de asumir el liderazgo del SJM, su primera reunión fue en La Moneda, justo el día en que el presidente Sebastián Piñera dio a conocer un proyecto de reforma a la Ley de Migración buscando, según palabras del mandatario, “ordenar la casa”. Dos años después, reconoce que han sido tiempos movidos, con dolor y también con esperanza.

“Tiempos movidos, porque la migración es una temática muy contingente y aparecen un día unas personas durmiendo afuera de Chacalluta, Tacna, otro día afuera de los consulados, el foco de infección en Quilicura… es una temática que genera prejuicios y, por otro lado, eso me hace ver mucho dolor porque son personas, porque siempre dejamos como característica principal la nacionalidad cuando es una variable más de toda la vida. Pero también han sido tiempos de esperanza, porque he visto muchas historias de humanidad de personas chilenas y migrantes”, explica el sacerdote.

“Tenemos tiempo para hacer más cosas, pero no sé si estamos más felices porque hoy todo se asocia a la producción, al rendimiento y nos autoexigimos. Hay que mirar con calma los tiempos”

Los esfuerzos han estado abocados en acompañar a familias migrantes por varios meses “y no sólo una vez para entregarles algo, porque este tiempo no puede ser sólo de entregar cosas, sino también de escucharnos”.

Hay que generar el espacio para eso, dice, lo que es posible porque hoy muchas cosas demoran menos que antes, gracias a los avances en comunicaciones y obras públicas. El problema, aclara, es que “tenemos tiempo para hacer más cosas, pero no sé si estamos más felices porque hoy todo se asocia a la producción, al rendimiento y nos autoexigimos. Hay que mirar con calma los tiempos. Se necesitan más tiempos de silencio y contemplación, no más tiempos para producir”.

En esa línea de reflexión, dice que debemos detenernos cuando decimos que necesitamos más tiempo, ya que éste es algo fijo. “No tenemos que cambiar el tiempo, tenemos que cambiar nosotros”, asegura.

Desde abril, además de dirigir al SJM en Chile, es el coordinador regional de la Red Jesuita con Migrantes en América del Sur y él mismo reconoce que trabaja en promedio nueve horas diarias, a veces más, y que le cuesta desconectarse. Al punto de que en ocasiones sigue pensando en el trabajo mientras duerme.

“(Me gusta) poder dedicar tiempo de mi vida a las necesidades de las otras personas, a veces para escuchar, a veces para acompañar, a veces para alentar, para dar. Para mí ser sacerdote es que otros dispongan de mi tiempo”

Pero en sus ratos libres le gusta dedicar tiempo al cine y al fútbol, dos temas que lo apasionan. “También me gusta mucho escuchar. Como sacerdote me han tocado funerales y matrimonios, que son momentos muy importantes en nuestras vidas. En el caso de los funerales se detiene el tiempo y en el de los matrimonios, más bien comienza a andar el tiempo, es un tiempo hacia adelante y el otro es un tiempo hacia atrás”, reflexiona.

Sin embargo, como cura, lo que le gusta es “poder dedicar tiempo de mi vida a las necesidades de las otras personas, a veces para escuchar, a veces para acompañar, a veces para alentar, para dar. Para mí ser sacerdote es que otros dispongan de mi tiempo”.

Pensando en el resto del año, cree que es importante analizar este período con una mirada amplia. “Si podemos recoger lo que ha sido este tiempo es porque estamos vivos y eso ya es motivo para agradecer”, destaca. También cree que es importante recordar a quienes se llevó la pandemia porque no son sólo un dato, “son personas con historia y todos en Chile seguro tenemos alguna persona que falleció este tiempo”.

“La pregunta que hay que responder no es cómo volver, sino cómo queremos comenzar (…) mirar atrás, agradecer por lo que se ha pasado, pedir perdón, reconocer errores, y mirar este tiempo para ver cómo queremos vivir, no cómo vamos a volver a lo mismo de antes”

“No hay que apurarse por volver a lo mismo de antes. La pregunta que hay que responder no es cómo volver, sino cómo queremos comenzar”, enfatiza. “Lo que va a ser vital es justamente mirar atrás, agradecer por lo que se ha pasado, pedir perdón, reconocer errores, y mirar este tiempo para ver cómo queremos vivir, no cómo vamos a volver a lo mismo de antes. Tiene que ser un tiempo que nos invite a la reflexión”.

Para él, el aprendizaje de la pandemia es muy claro: todos estamos pasando por lo que los migrantes deben vivir a diario.

“Este ha sido un tiempo en que no hemos visto a nuestros familiares, no los hemos abrazado. Esto, que ha sido momentáneo, para muchas personas migrantes a veces dura el resto de la vida y no por una pandemia, sino por las dificultades que enfrentan”, recalca.

“Este ha sido un tiempo en que no hemos visto a nuestros familiares (…) Esto, que ha sido momentáneo, para muchas personas migrantes a veces dura el resto de la vida y no por una pandemia, sino por las dificultades que enfrentan”

“Para muchas personas es una experiencia permanente de inestabilidad laboral, de no tener plata para comprar alimentos, de no poder ver a sus seres queridos, de no poder volver a ver sus lugares más comunes, como la plaza de su pueblo… Una persona migrante no los ve nunca más, entonces que eso también nos lleve a sentir lo que han sentido y lo que sienten muchas personas, más allá de la pandemia”.