Hasta antes del estallido social ocurrido el 18 de octubre, Jorge Baradit, escritor y autor de la célebre trilogía “La historia secreta de Chile”, ya estaba teniendo un año ajetreado: escribió una obra de teatro y los guiones para una película y para el espectáculo de Inti-Illimani, también desarrolló una novela gráfica y una audio serie, escribió una serie para televisión, además del libro “Héroes” y de reeditar su primera novela, Ygdrasil.
Luego, una vez ocurrida la coyuntura política y social en el país, escribió el libro “Rebelión” y comenzó a asistir a charlas, a dar conversatorios, a participar en cabildos, asambleas y una serie de iniciativas como “Los ojos de Chile”, que pretende recolectar fondos para ir en ayuda de las víctimas de trauma ocular, y “No sin los independientes”, proyecto en el que participan también el astrónomo José Maza, el cineasta Sebastián Lelio, la cantante Denisse Malebrán y la antropóloga y escritora Sonia Montecinos, y que busca mejorar las condiciones de las candidaturas independientes al proceso constituyente, que van fuera de los partidos políticos.
“Y eso”, bromea el escritor luego de enumerar las actividades que han ocupado su tiempo últimamente.
Si bien no siempre estuvo interesado en asumir tanta actividad, la literatura ha llamado su atención desde sus inicios. “Esa frase cliché que dice que uno viaja a perderse para encontrarse, es verdad”, comenta, recordando que en su niñez leía “muchísimo” sobre cualquier cosa.
“Cuando trabajaba tenía que hacer de ‘señor escritor’ en la noche, pero ahora varía porque tengo muchas labores que son de otro orden”
Pero cuando fue creciendo, dice que “como era de clase media baja, venía del mundo de los ‘mateos pobres’ que están obligados a ser médicos, ingenieros o abogados, y la literatura ni siquiera era tema”, así que entró a estudiar arquitectura a la Universidad Católica de Valparaíso (UCV), lo que no duró mucho. “Yo era un joven medio desordenado, un poco punk, y no calzaba con el perfil de la escuela, así que me echaron”, relata.
Luego derivó en diseño gráfico, rubro en el que trabajó por años. Sin embargo, “amigos míos notaban que yo inventaba y ‘escupía’ relatos e historias de cierta creatividad. Y un día uno me dijo ‘¿por qué no escribes esto?’, y me puse a escribir una novela: Ygdrasil”, que lanzó en 2005. Pero no fue hasta el año 2016 cuando comenzó a dedicarse a escribir a tiempo completo.
Hoy, dedica entre cuatro a seis horas diarias a escribir, pero eso no significa tener un horario fijo. “Cuando trabajaba tenía que llegar a hacer de ‘señor escritor’ en la noche, pero ahora varía porque tengo muchas labores que son de otro orden”, explica.
Así, por ejemplo, sus mañanas las dedica a reuniones y compromisos políticos, sociales y editoriales alrededor de los cuales ordena su tiempo. Una vez terminadas sus actividades extra literarias, a eso de las tres de la tarde, se dirige a su oficina para dedicar algunas horas a sus textos, hasta las siete u ocho de la noche.
“Hago mucho un ejercicio: acostarme y dejar que la cabeza fluya, que las ideas circulen, pero siempre en función de algún proyecto”
El escritor cuenta que, de todas maneras, entre tanta actividad se da tiempo para compartir con su familia, que se compone de su señora, ilustradora y con quien está casado hace 15 años, y de su hijo de 13 años, “que está ‘loco’ porque salió parecido a nosotros”.
“Mi familia está ordenada como cualquier otra”, comenta, especificando que sale en la mañana y regresa a las ocho de la noche a tomar once a su casa junto a su mujer y su hijo, con quienes pasa fines de semana “como cualquier papá”.
Sin embargo, confiesa que le cuesta mucho descansar y no estar haciendo algo que tenga algún propósito. “Hago mucho un ejercicio: acostarme y dejar que la cabeza fluya, que las ideas circulen, pero siempre en función de algún proyecto”, sosteniendo que de esa manera entra en un estado meditativo que le permite relajar la mente “siempre con un objetivo”.
Y es que para el escritor, el tiempo “es un alimento que hay que racionar con mucha inteligencia. Se come y se disfruta pausadamente, es una delicatesen que hay que degustar con mucho cuidado porque no se puede desperdiciar”.
En ese sentido, tiene pocos arrepentimientos. Pero sí hay uno en particular que hoy recuerda claramente: no haber ido al recital de David Bowie en 1997. “Prioricé la poca plata que tenía y la ocupé en otra cosa que ya ni siquiera recuerdo”, dice.
“El tiempo es un alimento que hay que racionar con mucha inteligencia”
Pero eso le enseñó a que la vida está hecha de grandes momentos y que no hay que dejarlos pasar. Al respecto, dice haber estado comprometido con distintas aristas de su vida –cierto libro, su hijo, su pareja, el movimiento social que surgió en octubre pasado–, por lo que “nadie puede decir que no me he ‘metido’ en esas cosas”, aunque sí reconoce que en lo que respecta al pasado, le hubiera gustado estar aún más presente.
“Por eso hoy estoy profundamente involucrado con las actividades que realizo, porque no quiero que en 20 años más alguien me pregunte ‘¿y dónde estuviste cuando pasó esto?’. La historia no te puede pasar por el lado”, sostiene.
Por su trabajo le ha tocado viajar en varias ocasiones, pero hubo una oportunidad en particular que lo marcó profundamente. “Desde chico me pareció extraño vivir en un continente donde ciertos grupos indígenas aún están vivos. En todos los otros continentes, salvo en África, los pueden ‘visitar’ en museos y libros, mientras que en América podemos conversar con ellos”, comenta.
“Estoy profundamente involucrado con las actividades que realizo (…) La historia no te puede pasar por el lado”
De hecho, de un viaje a México le quedó grabada una imagen de un paseo que daba por el Zócalo: un chamán Huichol que estaba con un sahumador de incienso, al tiempo que pasaba un hombre vestido de traje y con una laptop debajo del brazo. “En ese momento pensé que era increíble ver cómo esos dos mundos se cruzaban sin tocarse”, acota, contando que luego el ejecutivo se paró frente al chamán, este hizo lo mismo, se tomaron de las manos, rezaron y el chamán giró alrededor de él con el incienso. Finalmente, el hombre tomó su laptop, le pasó un billete y siguió.
“Me explotó la cabeza, pues ahí me di cuenta de la particularidad que tiene Latinoamérica: acumula sus estratos espaciotemporales y los mezcla de maneras muy bizarras”, dice, mientras observa que “tenemos experimentos neoliberales de punta, tenemos socialismos reales, pero todavía hay feudalismo, todavía hay gente que vive en la Edad de Piedra en el Amazonas”.
Y toda esa mezcla americana le genera la sensación de “estar en un ecosistema donde el tiempo y el espacio no existen, de estar en un mundo donde todo puede estar relacionado con todo. Y eso genera una estética, una ética y una política propia”.
“Latinoamérica acumula sus estratos espaciotemporales y los mezcla de maneras muy bizarras. Tenemos experimentos neoliberales, socialismos reales, pero todavía hay gente que vive en la Edad de Piedra en el Amazonas”
En esa línea, reflexiona que “seguimos tratando de remar en la dirección contraria, tratando de ser europeos, tratando de instalar un sistema operativo Apple a un computador armado con piezas de todo el mundo. Vemos el mestizaje como una condición bastarda, algo de lo que hay que renegar, cuando eso es lo que somos”.
Pero entre tanta reflexión, recuerda que antiguamente tenía un hobbie, armar prototipos de aviones “feos”, como él los califica, que surgía de su atracción por el período de la Segunda Guerra Mundial. Una época, a su juicio, muy caótica y fecunda en la creación de nuevas armas. “Aparecen prototipos de naves muy extrañas, bicharracos gordos, aviones que despegaban de forma vertical. Todos muy horribles, pero tengo una especie de afecto por esos monstruitos”, explica.
“Seguimos tratando de ser europeos, de instalar un sistema operativo Apple a un computador armado con piezas de todo el mundo. Vemos el mestizaje como algo de lo que hay que renegar, cuando eso es lo que somos”
Y añade que era una actividad que le ayudaba a desacelerarse. “Como corro para todos lados y tengo que estar escribiendo y pensando todo el tiempo, eso justamente me daba la pausa para desacelerar”. Cuenta que, sin embargo, ese hobbie quedó de lado hace dos o tres años por falta de tiempo, aunque lo necesita con urgencia: “Si no paro, voy a reventar”.