Humberto Maturana, quien en el año 1994 ganara el Premio Nacional de Ciencias Naturales, es biólogo y filósofo, reconocido por su definición de la autopoiesis y sus estudios sobre la “biología del conocer”, entre otras líneas investigativas. Hoy, a sus 91 años de edad, dirige Matríztica, una escuela de pensamiento que se ha posicionado a la vanguardia del desarrollo de conocimiento y entendimiento sobre la transformación e integración cultural de personas y organizaciones.
Cuenta que vive con Ximena Dávila, su colega en Matríztica y con quien lleva algunos años trabajando y publicando diversas investigaciones. La última de ellas, sobre la naturaleza biológica cultural de los seres humanos, que guarda relación con “saber cuál es nuestra responsabilidad en el vivir y en el mundo que generamos”.
“Antes de jubilarme estaba todo el día en el laboratorio (…) que implica hacer observaciones, experimentos, y tener que actuar en la temporalidad de lo que se está haciendo, no hay un horario fijo”
Dice que parte sus días temprano, a eso de las 7:30 de la mañana, y que la jornada transcurre estudiando y leyendo trabajos científicos, novelas, estudios y política, todo en el departamento que comparte con Dávila.
“Antes de jubilarme estaba todo el día en el laboratorio”, relata, añadiendo que muchas veces le tocó “pasar de largo”, porque “el laboratorio implica hacer observaciones, experimentos, y tener que actuar en la temporalidad de lo que se está haciendo, no hay un horario fijo”.
Sin embargo, a su juicio “el tiempo es una invención para dar cuenta del antes y el después. Depende del momento porque si uno está interesado en lo que está haciendo, el tiempo no cuenta”. De esta manera, comenta que “afortunadamente” no le ha tocado hacer nada “a la carrera”, sino que el tiempo siempre se le ha presentado de manera armónica.
“El tiempo es una invención para dar cuenta del antes y el después. Depende del momento, porque si uno está interesado en lo que está haciendo, el tiempo no cuenta”
Antes de vivir con su colega, vivía en Lo Cañas “pero estaba muy lejos”, dice. Además, es viudo hace seis años, y eso sumado a que ya no tiene hijos pequeños a quienes cuidar, lo llevaron a tomar la decisión de mudarse.
Respecto de la apreciación que tiene su familia sobre sus logros profesionales, dice que “no tengo quejas”, por lo que piensa que están contentos. Sin embargo, reconoce que ha sido difícil, “particularmente en el comienzo, cuando mis hijos estaban chicos”. Es en ese sentido donde siempre hay quejas, “porque el tiempo nunca es suficiente cuando a uno le toca trabajar mucho fuera de la casa. Pero espero haber sido un buen papá”.
Recordando episodios vividos junto a su familia, menciona el único viaje que hizo “por placer” a Egipto, junto a su señora en el año 1985. Dice tener recuerdos particulares de aquella travesía, “estar en un mundo que tiene un ritmo distinto y una preocupación relacional diferente de las personas, fue una experiencia que me marcó”.
“Nunca es suficiente (el tiempo) cuando a uno le toca trabajar mucho fuera de la casa. Pero espero haber sido un buen papá”
Además, por trabajo le ha tocado estar en Alemania, en Australia, y “cada uno de esos viajes me ofreció situaciones experienciales conmovedoras, que posteriormente significan una ampliación de la mirada sobre el mundo, sobre los seres humanos, sobre las personas, cómo escuchar y moverse en los ritmos adecuados según las circunstancias, el ver cosas que de otra manera no habría visto si no hubiese viajado”.
Asimismo, al biólogo y filósofo también le tocó vivir momentos complicados, que lo tuvieron al borde de la muerte en su juventud. Cuando tenía 21 años, luego de haber ingresado hacía poco a estudiar Medicina en la Universidad de Chile, padeció tuberculosis pulmonar. “Estuve grave, en aquella época uno se moría con esa enfermedad”.
Le tocó ver cómo sacaban a otros pacientes muertos en las camillas, y eso lo hizo reflexionar sobre su vida. Sin embargo, dice que nunca estuvo angustiado por la posibilidad de morir. “Sabía que me iba a morir, y eso me tenía tranquilo. Ver que pasa un enfermero llevando a una persona que falleció, inspira de distinta manera, según lo que uno sienta. Yo no estuve angustiado, ni luchando contra la muerte, pero finalmente me salvé gracias a la estreptomicina”.
Luego de superar una tuberculosis pulmonar a sus 21 años, debió pensar desde dónde iba a centrar su vida, optando por hacerlo desde la conciencia de saber que la muerte es parte del vivir: “Eso me ha permitido vivir tranquilo, aceptando el presente que se me va dando”
Después de aquel episodio tuvo “un nuevo comienzo”. Comenta que debió pensar desde dónde iba a centrar su vida, desde el miedo a la muerte, desde la indiferencia, o desde la conciencia de saber que la muerte es parte del vivir. “Opté por lo último, y eso me ha permitido vivir tranquilo, aceptando el presente que se me va dando”.
Maturana relata que antes de convertirse en un destacado biólogo y filósofo, quiso ser explorador y aprender a tocar el violín, “pero no pude por la condición médica en que quedé luego de haber tenido tuberculosis”. De todos modos, no se arrepiente de no haber podido hacerlo, porque “pensar en las cosas que uno no pudo hacer o no pudo tener sólo genera frustración. Uno se frustra cuando desea algo intensamente y no lo consigue y, en ese sentido, yo no vivo anhelando hacer cosas ni ‘teniendo’ que hacer cosas. Las hago oportunamente, en el momento en que me encuentro”.
“Uno se frustra cuando desea algo intensamente y no lo consigue y, en ese sentido, yo no vivo anhelando hacer cosas ni ‘teniendo’ que hacer cosas”
De hecho, se considera una persona feliz.
Cuando estaba en el colegio, un día pidieron a todos los niños que escribieran su autobiografía. “Yo hice la mía, y llamaron a mi mamá para preguntarle por este niño que decía que era feliz, y eso era muy raro”. Para él, la felicidad tiene que ver con sentirse haciendo lo que se quiere, en el momento oportuno. “En ese sentido, estoy feliz”, afirma.