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Ernesto Mosso / Fundador de Joyería Mosso
El campo es el último lugar donde alguien se imaginaría que vive un ejecutivo vinculado al mundo del lujo, como Ernesto Mosso. Sí suele ser común que empresarios como él tengan una segunda vivienda en un sitio como este, o cercana a la playa o lagos. Pero para vivir, las zonas que históricamente se han […]

El campo es el último lugar donde alguien se imaginaría que vive un ejecutivo vinculado al mundo del lujo, como Ernesto Mosso. Sí suele ser común que empresarios como él tengan una segunda vivienda en un sitio como este, o cercana a la playa o lagos. Pero para vivir, las zonas que históricamente se han consolidado como polos inmobiliarios para este segmento se ubican al oriente de Santiago, específicamente en Lo Barnechea, Las Condes y Vitacura, de acuerdo a estudios del sector.

Sin embargo, Mosso dice que desde hace muchos años no encaja en ese perfil y que el campo le ha regalado tiempo de calidad junto a su familia.

“Esta es una actividad que implica vincularse a mundos asociados al glamour, lujo, arte, alta gastronomía (…) pero eso se aleja de lo que he ido moldeando para mi vida personal, que es tranquilidad”

El diseñador y fabricante de joyas argentino radicado en Chile desde hace 31 años, dueño de la joyería que bautizó con su apellido, cuenta que el fallecido animador Felipe Camiroaga tuvo mucho que ver en su decisión de mudarse a vivir a la comuna de Colina. Eran amigos cercanos y compartían el amor por el campo, los animales, el deporte al aire libre y el polo.

“Gracias a él supe que al lado de Santiago, a 15 minutos, hay un campo maravilloso donde es posible vivir rodeado de cosas simples”, dice desde su oficina en Vitacura, ubicada dentro de la propia manufactura que al mismo tiempo es tienda, un lugar no tan simple ni tan modesto al que le toca “viajar” todos los días.

“No sólo soy la cabeza de esta empresa, sino que los diseños los hago yo, lo que implica dedicar tiempo importante al negocio y también al trabajo creativo”

Mosso reflexiona sobre el negocio al que ha dedicado más de la mitad de su vida y reconoce que le ha dado muchas satisfacciones que no hubiera tenido de llegar a titularse como abogado, carrera que abandonó cuando sólo le faltaban seis asignaturas.

“Estoy muy agradecido con la vida por todo lo que logré. Comercializamos grandes marcas, relojería de alta gama, tenemos manufactura propia y es una actividad muy grata que implica vincularse a otros mundos más asociados al glamour, al lujo, al arte, la alta gastronomía… Sí, estoy muy agradecido de poder acceder a todas esas cosas, pero la verdad es que eso está más ligado a mi vida profesional y se aleja de lo que he ido moldeando para mi vida personal, que es tranquilidad”, asegura el empresario.

Es lo que quiere ahora, porque antes su vida no era tan tranquila, según cuenta.

“Este es un oficio que demanda muchos compromisos sociales y eso estaba consumiendo demasiado mi tiempo”

“En este oficio uno trabaja mucho, y en mi caso un poco más, porque no sólo soy la cabeza de esta empresa, sino que los diseños los hago yo, lo que implica dedicar tiempo importante al negocio y también al trabajo creativo. Además, es un oficio que demanda presencia en lugares estratégicos, hay muchos compromisos sociales, uno tiene que viajar mucho, y eso estaba consumiendo demasiado mi tiempo”, recuerda.

Entonces decidió replantear prioridades: “Vi que todo esto me estaba alejando de la vida familiar y tuve que poner un poco de orden. Cuando me di cuenta de que mi hijo mayor ya tenía seis años y yo me había perdido de verlo crecer por estar tan metido en cosas del trabajo, ahí decidí bajar el ritmo, delegar cosas. Y nos mudamos al campo”, cuenta.

“Cuando me di cuenta de que mi hijo mayor ya tenía seis años y yo me había perdido de verlo crecer por estar tan metido en cosas del trabajo, decidí bajar el ritmo”

Hasta hoy, esa decisión le sigue regalando tiempo de calidad en familia, sostiene. Incluso se lamenta de haberlo hecho “tan tarde”.

“El verdadero patrimonio de una persona es el tiempo entre el presente y su último día de vida. Es de las cosas más valiosas que existen. Yo lo entendí más de viejo y por eso ahora valoro tanto mi tiempo y cómo lo invierto”, dice.

Pero Mosso todavía pasa más tiempo del que quisiera montado en un avión, por cosas de trabajo. También, intentando entender cómo reorientar su negocio en plena era de la transformación digital, algo que ya vio bastante avanzado en el mercado de alta gama en Europa y otros países de los que intenta aprender para replicarlo acá.

“Eso no quiere decir que no me guste viajar, al contrario, es algo que amo. Pero me encantaría tener que hacerlo solo por placer”, asegura.

“Mientras más cosas se tienen, más tiempo hay que dedicar a todo eso y no a lo importante. No es mi caso”

Cuando rememora sus viajes, el primero que menciona es uno que hizo a Perú a los 19 años, con sus mejores amigos: primero a Lima y luego a Machu Picchu, donde se quedaron a vivir durante tres meses. Después está Tailandia, “un país que me provoca mucha emoción. Es el único lugar donde he visto ciudades estresantes y armoniosas al mismo tiempo, donde la gente va tan rápido que te choca y te sonríe”.

En la lista no puede faltar Italia, donde llegó cuando era un adolescente a encontrarse con la parte de la familia que no emigró a Argentina. “Conocer a mis tíos, a mis primos, que son tan iguales a mí, fue un momento muy emotivo”, recuerda.

La Real Academia Española define la palabra lujo como “demasía en el adorno, en la pompa y en el regalo o abundancia de cosas no necesarias”. Mosso tiene acceso a todo eso pero con los años, ha aprendido a desprenderse y a crear un concepto propio de esa palabra.

“Prefiero pasar tiempo con mi familia, en mi casa, con mis animales (…) el silencio, la privacidad, la tranquilidad, el espacio de uno, es el verdadero lujo”

“Por ahí dicen que uno no posee bienes, que los bienes te poseen a vos. Y eso es muy cierto, lo he visto en este círculo: mientras más cosas se tienen, más tiempo hay que dedicar a todo eso y no a lo importante. No es mi caso. Confieso que me gustan los autos, pero ando en uno piola. Me gusta viajar, pero para conocer historias y experiencias. Prefiero pasar tiempo con mi familia, en mi casa, con mis animales, y si no empiezo el día sobre un caballo, procuro terminarlo así. Ese es mi yoga. Sé vivir con cosas simples y soy infinitamente feliz por eso. Este oficio me ha enseñado que el silencio, la privacidad, la tranquilidad, el espacio de uno, es el verdadero lujo”.