Eduardo Muñoz nunca llega a su oficina antes de las 9:30 hrs. Es un día jueves, tendrá varias reuniones en el transcurso de la jornada y esta entrevista es el primer ítem de su agenda.
No está muy convencido sobre el rumbo que tomará la conversación y advierte que prefiere reservar su vida en el entorno familiar, con esposa, hijos y nietos. Pero después es flexible, aunque se pregunta a quién podría interesarle lo que él, socio fundador de Nevasa y vicepresidente de la Bolsa de Comercio de Santiago, suele hacer durante su tiempo libre. Entonces suena su celular. Ya había avisado que lo dejaría sobre la mesa y que lo miraría cada tanto, pues espera una llamada importante que no puede dejar pasar.
—Aló, contesta. Sí… Soy yo, dígame.
—¿Tiene un minuto para conversar? — se cuela la voz que está al otro lado del teléfono.—Le estamos llamando de la agencia de viaj…
—¿De una agencia de viajes? ¡No, no! No puedo viajar ahora, adivine dónde estoy. ¡En Roma!— dice antes de colgar el teléfono y soltar una carcajada.
“Perdón, así soy yo. Me gusta tomarme todo con humor”, confiesa todavía entre risas, desde una sala custodiada por una réplica en madera del icónico Toro de Wall Street, con amplios ventanales de vidrio y vista panorámica al polo financiero de Nueva Las Condes, en la sede de la empresa que fundó a principios de los ‘90.
“La música es uno de mis hobbies escondidos. Yo canto, o cantaba… Es algo que me gusta mucho y tengo un grupo de amigos con los que comparto esta afición”
“Yo partí como un ‘Cuesco Cabrera’ más. Soy de esa generación de muchachos que apenas se titularon, asumieron las riendas de empresas importantes en este país”, cuenta, rememorando al emblemático personaje de Coco Legrand con el que el humorista desató la risa colectiva en el ‘78, al dar vida a un ejecutivo del sector financiero, menor de 30 años, economista o ingeniero civil, como Muñoz, que tuvo poco espacio para las actividades típicas de un recién egresado de la universidad, precisamente por el rol que asumió siendo tan joven, tras dar el salto de la banca al emprendimiento, con una corredora de bolsa que con los años diversificó su oferta para abrirse al rubro inmobiliario y de administración de activos.
“No pude ‘carretear’ tanto o viajar al extranjero a estudiar un MBA, cosas que hace la gente a esa edad. Tuve que postergar eso, sobre todo porque ya había formado familia”, dice.
La rutina que tenía entonces se distancia mucho de la que tiene hoy. Aquellos días eran menos agitados pero más inciertos, asegura. Solía llegar casi sin voz a casa, después de pasar horas gritando en un corro que hoy define como “un círculo de locos, pero muy entretenido”, para gestionar las órdenes de compra y venta de sus clientes.
“Sigo haciendo mi trabajo, soy responsable. Pero he aprendido a sacar tiempo para lo importante: la familia, los amigos y los viajes”
Antes se hacía así. Ahora, la parte “más dura” del trabajo bursátil es otra. “Las relaciones públicas son indispensables en mi trabajo actual. Así que buena parte de mi tiempo laboral depende de eso, porque es la contraparte la que fija la disponibilidad y las condiciones, muchas veces más que yo”, explica, mientras vuelve a mirar la pantalla del celular.
Su empeño actual está en volcar en el emprendimiento los 30 años de experiencia que ha ganado en el rubro financiero. Por eso se hizo parte del G100 de la Asociación de Emprendedores de Chile (Asech), iniciativa que busca reclutar a cien empresarios como mentores para levantar $ 1.000 millones y apoyar al ecosistema. Seguir inyectando dinero en proyectos que generen impacto social es una de sus inquietudes y ahí también se le va buena parte del tiempo, entre reuniones, conversaciones y horas de lectura.
“Algunos dirán que soy un señor que está más de salida que de entrada”, señala. Y vuelve a reírse. “Por eso prefiero decir que esta es mi etapa del desprendimiento, de desprenderme de todo lo que sé y que otro pueda aprovecharlo”, sostiene.
“Si tuviera que repetir un viaje, le preguntaría a mi mujer a dónde quiere ir. Happy wife, happy life, dicen en inglés. Yo creo mucho en eso. Probablemente dirá que volvamos a París, Londres o Venecia. Y allí iremos”
Una decisión que tiene que ver también con dedicar más horas a lo fundamental: su entorno cercano. Y en eso está: “Sigo haciendo mi trabajo, soy responsable. Pero no hago lo que no me gusta, he aprendido a decir que no y a sacar tiempo para lo importante: la familia, los amigos y los viajes”.
Disponer de más días para ir a la playa, específicamente para recorrer una vez más la costa de Zapallar, caminar más, jugar tenis o incluso irse al bosque y la montaña a cazar aves, son otras actividades que quisiera hacer con más frecuencia. O tener más espacio para juntarse con sus amigos y amenizar largas jornadas de fiesta, guitarra en mano.
“La música es uno de mis hobbies escondidos. Mi mamá tocaba guitarra y aprendí siendo niño, de puro mirarla. Yo canto, o cantaba… Es algo que me gusta mucho y tengo un grupo de amigos con los que comparto esta afición. Éramos seis pero ya quedamos sólo tres”, lamenta.
“Esta es mi etapa del desprendimiento, de desprenderme de todo lo que sé y que otro pueda aprovecharlo”
Hace poco hizo un viaje que lo marcó. “Fui a buscar mis raíces a los pueblos de mis abuelos en Italia y España. En Taggia, cerca de San Remo, encontré parientes. Hay unos Vivaldi en el cementerio, en una iglesia encontré unos certificados de bautizo. Fue todo muy emocionante”, recuerda. Esa es la clase de viajes que le gusta y que suele regalarse.
“Pero si tuviera que repetir uno, le preguntaría a mi mujer a dónde quiere ir. Happy wife, happy life, dicen en inglés. Yo creo mucho en eso”, confiesa. Quizás no sería Roma. “Probablemente dirá que volvamos a París, Londres o Venecia. Y allí iremos”.