Moverse a pie de una reunión a otra es probablemente lo que Cornelia Sonnenberg más extraña de vivir y trabajar en su país. Alemana, con más de 30 años viviendo en Chile y con esposo e hijos chilenos, la gerente general de la Cámara Chileno-Alemana de Comercio e Industria (Camchal) viaja a Berlín al menos tres veces al año. Se siente afortunada porque su trabajo es también un lazo que la une a sus raíces, así que realmente nunca ha sentido que lo echa de menos o que lo piensa desde la nostalgia.
“Lo que sí extraño es la posibilidad de caminar en la ciudad. Cada vez que voy a nuestra central en Berlín, y a menos que mi visita coincida con lluvias fuertes, me programo para hacer todas las reuniones a pie. Nuestra oficina está relativamente cerca de los ministerios, lo que facilita la agenda. Pero si tengo una reunión extraordinaria que implique caminar media hora o hasta más, me programo muy bien para poder llegar a tiempo”, cuenta.
“Le he dado prioridad a proyectos de trabajo importantes que también forman parte de mi vida”
Es una suerte de regalo que suele darse, porque disfruta mirar las ciudades de cerca, cruzarse con la gente, detallar a los más jóvenes y fijarse en los cambios.
“Siempre hay algo nuevo, construcciones por todos lados. Me gusta detenerme por unos segundos a contemplar esos detalles. Eso aquí no puedo hacerlo porque me demoraría mucho caminando hasta el centro, que es a donde voy con frecuencia”, dice Sonnenberg, desde su oficina en El Golf.
“Estoy en una etapa donde me gustaría tener un poco más de equilibrio con el tiempo familiar y con la familia que formé. Sobre todo porque mi hijo mayor ya es papá, pero vive en Alemania”
La relación con la Camchal es de las más largas que ha tenido. Pero al pensar en todo el tiempo que le ha dedicado, no siente que alguna vez haya tenido que sacrificar algo de su vida personal.
“No me gusta verlo así, porque eso sería asumir que soy víctima de algo. Claro que he dejado de hacer algunas cosas, pero es porque así me lo he planteado, porque le he dado prioridad a proyectos de trabajo importantes que también forman parte de mi vida. La dinámica siempre me la he puesto yo y por lo tanto eso implica cambiar unas cosas por otras”, explica la ejecutiva.
“Me apropié de esa costumbre chilena –la once– y la comparto con mi mamá, que ya está bastante mayor. Es mi tiempo con ella y lo valoro mucho”
Lo que no cambia nunca, desde que trajo a su mamá a vivir a Chile, es pasar a visitarla todos los días al salir de la oficina. Hasta le lleva comida y juntas comparten una once.
“Me apropié de esa costumbre chilena y la comparto con mi mamá, que ya está bastante mayor. Es mi tiempo con ella y lo valoro mucho”, dice Sonnenberg.
En algún momento, que podría ser pronto, quizás la dinámica se invertirá y los viajes de trabajo cambiarán o se extenderán un poco más, por una razón: acaba de convertirse en abuela.
“Creo que ya estoy en una etapa donde me gustaría tener un poco más de equilibrio con el tiempo familiar y con la familia que formé. Sobre todo porque mi hijo mayor ya es papá, pero vive en Alemania. Por ahora me toca ver a mi nieta a través de una pantalla”, cuenta.
También quisiera tener más tiempo libre para poder acompañar a su otra hija en su hobbie, que cada vez se vuelve más formal: “Juega voleibol y es muy buena. Trato de estar en cada uno de sus partidos, pero su papá es quien puede llevarla a entrenar o estar pendiente de las cosas del equipo”.
O para sumar momentos con su esposo, más allá de los fines de semana, de las caminatas nocturnas que hacen juntos con frecuencia, o de los desayunos que religiosamente le prepara y le lleva a la cama antes de salir a trabajar.
De hecho, hace poco hicieron un viaje que pasó a su top de recuerdos, no tanto por el lugar, sino por lo que significó: el año pasado, su hija participó en el mundial de la Federación Internacional de Deporte Escolar (ISF, por sus siglas en inglés) en Brno, República Checa. Aprovecharon la oportunidad para convertirla en un viaje familiar, primero, y después, en luna de miel.
“Fue una gran combinación. Después del mundial tuvimos diez días solos. Fuimos a Viena y a Munich y lo exótico de este viaje fue el pololeo de pareja, algo que hace mucho tiempo no hacíamos porque siempre había un niño de por medio”, dice entre risas: “Definitivamente el tiempo para estas instancias es el que más hace falta. Es algo invaluable”.