Un viaje que marcó para siempre la vida de Asbjorn Gerlach, fue la primera vez que visitó Chile en junio de 1998. “No fue el más impresionante, pero sí fue el viaje que me dejó una huella más profunda porque aquí me quedé y armé mi vida”, comenta.
Luego de vivir casi dos décadas en Chile, Gerlach, de 52 años, hoy se siente “más chileno que los porotos”. Y es que realmente nunca se sintió alemán. Su madre dejó Dinamarca a los 18 años para irse a vivir a Berlín y “cuando se casó con mi papá, se fueron por 12 años a Arabia Saudita. Así que tengo un poco de ‘sangre gitana’ en el cuerpo. Por eso cuando vine a Chile pensé: si mis padres pudieron, yo también”, cuenta.
Sus ganas de vivir acá estuvieron marcadas por el romanticismo. En Berlín conoció y se enamoró de Alejandra Krause, una chilena que había ido a Alemania por dos días, por trabajo. “Nos conocimos en un tour. Yo tenía una mini cervecería en Berlín y vino un grupo de chilenos de visita. Ahí estaba ella”, recuerda. El mismo día, Alejandra llegó al hotel donde se hospedaba y le mandó una postal preguntando si se podían juntar. “Gracias a la eficiencia del correo alemán, me llegó la carta al otro día en la mañana y quedamos de juntarnos por un café”, añade.
“Ese tiempo fue intenso, largo. Mirando hacia atrás… no sé cómo funcionó. Creo que fue el destino. Somos el uno para el otro”
Luego de eso sus vidas cambiaron, y estuvieron en una relación a distancia por más de dos años. “Ese tiempo fue intenso, largo. Mirando hacia atrás… no sé cómo funcionó. Creo que fue el destino. Somos el uno para el otro”, dice con una sonrisa en el rostro.
Cuando llegó a Chile, vivió en el paradero 27 de Gran Avenida, en la comuna de El Bosque. “No era un barrio ‘pituco’, era más real. Ahí se escuchaban las micros, las bombas, todo”. Con Alejandra estuvieron viviendo en ese lugar por dos años, tiempo suficiente para que Gerlach se diera cuenta de que la vida en ciudad y, especialmente en Santiago, no le gustaba.
“Los primeros cinco años trabajábamos 16 horas al día, incluso los fines de semana”
“Como toda ciudad, es muy ruidosa y contaminada. Cuando nació mi primer hijo sentí que no quería que creciera en ese ambiente y quise dar a mi pequeña familia un lugar más fresco, lo que coincidió con la decisión de la empresa de instalar la cervecería en Curacaví”, cuenta.
Porque en esa época, junto con José Tomás Infante, ya habían incursionado en un emprendimiento que hoy, 15 años después, ya es un negocio más consolidado: Cervecería Kross.
Gerlach reconoce que la vida de emprendedor no ha sido fácil: “Los primeros cinco años trabajábamos 16 horas al día, incluso los fines de semana”. En la actualidad, dice que aún es intenso y los días, largos, pero que es gratificante ver el negocio crecer.
“Cuando partí, mi familia era sólo Alejandra. Hoy tengo tres niños, así que hay que tratar de dosificar el tiempo para dedicarse a la familia. No es fácil”, dice, pero aclara que ahora que el negocio está más consolidado, tiene un horario más ordenado para llegar a su casa.
“Hay que tratar de dosificar el tiempo para dedicarle a la familia. No es fácil”
Tanto así que ya puede tener una rutina. Todos sus días comienzan a las 6:45 de la mañana y no terminan antes de las 19:00 horas. En la mañana, se levanta a preparar el desayuno a sus tres hijos para luego llevarlos al colegio. “Por lo general, los dejo a las 8:45 y luego me voy al trabajo. Dos día a la semana estoy en Santiago y tres días, en la cervecería en Curacaví”.
Además de estar preparando constantemente nuevas fórmulas en la planta cervecera, capacitando a sus trabajadores en los distintos Kross Bar, también destina su tiempo libre a actividades al aire libre o estar junto a su familia y sus tres perros. “Nos gusta salir a caminar. En Curacaví hay varios cerros, así que formamos un grupo de ocho o diez personas y subimos. Hay veces que caminamos un par de horas y volvemos en la tarde”, cuenta.
Si el tiempo libre se lo permite, le gusta hacer collages u ordenar su colección de 500 vinilos. “Hacer collage con tijeras y pegamento me gusta mucho y funciona como mi terapia personal porque mi mente no piensa en nada y sólo me concentro en los detalles. Me enfoco en otra cosa y el resultado es increíble”, comenta.
Sí reconoce que no le queda mucho tiempo para leer como le gustaría.
“Cuando era niño pasaba muchas horas leyendo libros, casi sin comunicarme. Me encantaría darme el tiempo de leer como lo hacía en esa época. De adulto, nunca tienes un día o dos sólo para ti, en cambio cuando uno era niño todas las cosas eran más sencillas”, dice.
“Cuando era niño pasaba muchas horas leyendo. Me encantaría darme el tiempo de leer como lo hacía en esa época”
Sin embargo, cree también que es un tema generacional y, particularmente, de Chile, pues el nivel de exigencia, la presión y el ritmo de trabajo que se lleva aquí es arduo y siempre se busca rendir.
“El ritmo y la presión que pone la gente me parecen tóxicos, y veo con un poco de preocupación la exigencia que viven los niños. Cuando era chico, tenía tiempo para jugar después del colegio, pero hoy ellos llegan del colegio y tienen una gran lista de tareas. Me gustaría que las cosas fueran a un ritmo más lento”, sostiene.
“De mi niñez extraño que terminar la jornada escolar significaba tener tiempo libre hasta el otro día”
Y añade, viajando hacia su infancia en Berlín, que andar en bicicleta por esa ciudad es algo que le encantaría volver a hacer. “De mi niñez extraño que terminar la jornada escolar significaba tener tiempo libre hasta el otro día. Aquí eso no pasa, el tiempo juega un rol diferente”, reflexiona.